El otro es siempre una construcción del Yo. Sin embargo, el Yo es siempre una construcción de los otros. Para salir del laberinto, el monstruo debe devorarse a sí mismo, sin pavor dejándose tragar por el corazón de la sombra, rajar su piel de bestia para surgir como una luz sin nombre porque todo ángel nace de un demonio que asciende.
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Gracias por el enlace.