En una entrada anterior comentaba que como estudiante universitario aprendí más fuera del salón de clase que dentro del mismo. La experiencia más significativa de mi vida universitaria fue mi encuentro con un niño de diez años llamado Edwin. Lo vi por primera vez en una fonda estudiantil mientras me comía un arroz con “corned beef”. Se me acercó y me pidió dinero para comer. Y como mi situación económica tampoco era la mejor, decidí compartir mi plato. Desde ese momento Edwin me robó el corazón y me convertí en su amigo, figura paternal, protector y modelo a seguir.
Edwin vivía con su madre y hermanita en una casita cerca de mi hospedaje. La casa era realmente un bohío: se inundaba cuando llovía, rotos por todas partes y sin electricidad. A la madre no le importaban mucho sus hijos ya que vivía consumida por varios vicios y su hermana estaba ya contaminada grandemente por ellos. Pero Edwin, por alguna razón que no entiendo, ansiaba un mejor futuro para él. Así que comencé a verlo casi todos los días y ayudarlo en todo lo que me fuese posible.
Edwin era un niño inteligente y quería salir bien en la escuela. Quería ir a la universidad para convertirse en médico. De forma sorprendente llevaba buenas notas. Comencé a ayudarlo a estudiar, a revisar sus asignaciones y a motivarlo por la lectura. En varias ocasiones durmió en mi hospedaje y despertaba como si fuese el niño más feliz del mundo. En ocasiones, lo lleva también al hospital cuando se enfermaba.
El mejor regalo que recibí al obtener mi bachillerato fue ver a Edwin sentado junto a mis padres en mi graduación, sintiéndose orgulloso de que me estaba graduando con muy buenas notas.
Después me fui a estudiar a Estados Unidos y al regresar al año, la familia de Edwin se había mudado y no tenía ningún rastro del niño.
Ya hace unos 26 años de mi primer encuentro con Edwin. No lo he vuelto a ver. Espero que haya logrado su sueño de estudiar y convertirse en una persona de bien. Lo que si estoy seguro es que conocer a Edwin representó para mi la experiencia más valiosa de mi vida universitaria.
3 comentarios
Don Mario,
Todos tenemos una golondrina que alimentar, una razón por la cual vivir! Hay muchos Edwins Golondrina; gracias por compartir ese bello momento, medular en su vida universitaria!
Saludos desde Mexico,
Alfonso
gracias por ayudarnos algo a nosotros con la imagen de lo que le ayudaste a él. Ojalá sea el hombre que esperamos.
seguro que has pensado en lo que le debes a él. Con tu ayuda aprendiste de él 🙂 valores reales.
Mario
Hoy he estado navegando por tu blog, y encontre este escrito tan conmovedor. Vivimos tan atareados que no nos damos cuenta…que podemos tocar la vida de las personas en algun momento y mas aun , ayudarlos a que tomen control de sus vidas. Debe ser para ti un honor y un privilegio que DIOS, te haya dado esa oportunidad…No conozco a Edwin…pero hay muchos Edwin en este mundo… pero lo que yo espero es que hayan muchos Marios en esta mi Isla del Encanto!!!
Te engrandeciste Mario…
Hermosa experiencia…