Un maestro dedicado y comprometido puede hacer la diferencia en la vida de sus estudiantes. En mi caso tuve la gran oportunidad de encontrarme en mis años de bachillerato en el Recinto Universitario de Mayagüez con una profesora que todos llamaban “Doña Hilda”. Fue mi prima Mildred Molina la que todavía yo estando en Escuela Superior me dijo: “lo primero que debes hacer cuando llegues al Colegio es conocer a Doña Hilda”. Así que un día me presenté donde Doña Hilda Bacó y le dije que estaba estudiando psicología y quería asistir a sus clases de oyente. De ahí en adelante mi bachillerato giró en torno a las “enseñanzas de Doña Hilda”.
Tomar una clase con Doña Hilda era toda una experiencia. Pienso que nada más por estar allí uno se sentía transformado. Cada una de sus clases era una obra maestra. La recuerdo entrando a los salones con una energía y devoción del que sabe que enseñar es una vocación sagrada. Su modelo era una basado fuertemente en la ética de la compasión y del servir a los demás. Para Doña Hilda lo importante era servir a los demás de forma desinteresada y ese valor lo comunicaba en cada una de sus clases.
A veces en el ambiente educativo le damos demasiada importancia a las tecnologías de aprendizaje cuando esencialmente son herramientas que facilitan el proceso de enseñanza-aprendizaje. Para el tiempo que tomé clases con Doña Hilda no existía la Internet y el acceso a las computadoras era bien limitado. Así que sus clases no se basaban en ofrecer una experiencia de multimedia. Doña Hilda utilizaba una mejor herramienta: su presencia. Una presencia que emanaba paz, armonía, sabiduría, y búsqueda continua.
Doña Hilda en sus clases nos invitaba a crecer mediante la lectura. Por medio de Doña Hilda llegué al famoso Principito de Exupery , el cual era su libro favorito, y me formé también en la psicología humanista de Abraham Maslow, Carl Rogers y Carl Jung. Mediante Doña Hilda me acerqué al encuentro I-Thou de Martin Buber , a la revolución de la esperanza de Erich Fromm y a las teorías de desarrollo moral de Lawrence Kolhberg.
Más allá de ser mi profesora, Doña Hilda fue mi mentora. La persona que me motivó a continuar estudios graduados en los Estados Unidos y meterle mano a lo que en mi barrio le llamaban “el difícil” (el inglés). Su influencia fue fundamental para querer convertirme en profesor y regresar a enseñar a mi alma mater.
Hace unas semanas supe que Doña Hilda había muerto. El mundo perdió a un ser único pero la esperanza es que su poder seguirá manifestándose en cada uno de sus discípulos. Fueron cientos los estudiantes que fueron transformados por sus enseñanzas y que vivirán agradecidos de su legado como maestra y mentora. Doña Hilda ha muerto pero sus enseñanzas y su ser están vivos en cada uno de sus estudiantes. Y desde acá le pedimos la bendición. Tal vez algún día mis estudiantes me llamarán “Don Mario” y ese día será un gran día.
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